¡Llegó el
momento de la Redención!
El rabino Jaim Iehoshúa Peshemish, era famoso por tener grandes negocios en la ciudad de Risha (Rzeszow en polaco), una gran ciudad de Polonia. Él se encontraba sentado en su casa inmerso en pensamientos dolorosos, su cabeza estaba apoyada sobre una de sus manos que temblaba, mientras que con su otra mano se acariciaba con tristeza su barba negra. Un conjunto de lágrimas se unieron en sus ojos, asfixiaban su garganta. ”Oh, ¿Qué va a pasar, amo del universo?” Rompió el silencio que se encontraba en la sala. “¿Hasta cuándo sufrirá el pueblo de Israel
en este terrible y prolongado exilio?”. Se hundió nuevamente en sus pensamientos y el silencio dominaba el espacio de la habitación, de vez en cuando era interrumpido por el ruido de la lámpara de aceite que estaba encendida. “No habrá elección, nuevamente tendré que ir por las puertas de los judíos recolectando el dinero apropiado para una desafortunada familia que ahora se halla en prisión debido al retraso del pago del alquiler. Aunque la cantidad es muy grande”, siguió diciéndose a sí mismo, “sin embargo, intentaré conseguir por lo menos una parte del dinero. No tienes que terminar el trabajo, -las palabras de la Mishná pasaron por su mente- sin embargo, no eres libre de deshacerte de él”. Él se levantó con esfuerzo de su lugar, se puso su abrigo y su bufanda y salió a la calle fría y oscura en busca de los amplios corazones de los judíos.Después
de unos días, el rabino Jaim logró recolectar un poco de la gran suma que se
requería, todavía le faltaba la mayor parte del dinero para pagar la deuda. Él
no sabía qué hacer. Los judíos empobrecidos de esa ciudad dieron su parte tanto
como pudieron, pero la suma no era suficiente para poder rescatar a la
atormentada familia que ahora estaba en prisión.
La
imagen de sus rostros sufrientes se encontraba nuevamente delante de sus ojos,
pero no los podía ayudar.
Al
día siguiente, el rabino Jaim se apresuró, y después de rezar con mucha
devoción la plegaria matutina, se dirigió hacia la casa del Rebe de Kalashitz,
el rabino Juna Halberstam, que era el bisnieto del santo rabino Jaim de Sanz,
autor del “Divrei Jaim”.
El
Rebe de Kalashitz se hizo famoso por su gran ingenio, por lo que a menudo se le
pedía que dirigiera a la gran comunidad en todos sus asuntos. Él además tenía
un humor inigualable, a menudo, finalizaba las discusiones y las resoluciones
de litigios entre judíos, que estaban en desacuerdo unos con otros, dando
consejos diferentes y chistosos.
De
hecho, era común ver como ingresaban a su casa personas con dificultades
diarias, que eran conocidas por tener dolores y sufrimientos, con sus rostros
abatidos, y después de un rato salían de su casa como un río derramándose sobre
sus rostros, era como una gran piedra que se había aliviado dentro de sus corazones.
También
el rabino Jaim se dirigió a la casa del Rebe de Kalashitz, con un gran rayo de
esperanza en su corazón: “Con certeza, el Rebe sabrá lo que está frente a
él, entenderá la difícil situación de la familia cautiva y con su inteligencia
sabrá qué consejo brindarme”.
“Es
adecuado confiar en él en este preciso momento”, murmuró el rabino Jaim al
entrar a la casa del Rebe.
Fue
recibido como de costumbre, de modo muy amable y alegre. ”Ven y siéntate”,
le dijo el Rebe y le alcanzó una silla al comerciante famoso cuyo nombre era
conocido por todo Polonia. “Veo que tu rostro no es el mismo que suele ser”,
lo alentó Rebe. “Como dijo el sabio rey Shlomo “las preocupaciones que uno
tiene en el corazón hay que sacarlas al exterior”, cuéntame ¿Qué preocupaciones
tienes en tu corazón?”.
El
rabino Jaim comenzó a narrar la historia de la triste familia que estaba
sufriendo pobreza, de como él intentó ayudarlos. Contó también sobre como al
padre de la familia, le era difícil sustentar como corresponde a su familia
numerosa: “Hasta el día de hoy, ellos se sustentaban con dificultad con el
dinero que ganaban al trabajar en trabajos ocasionales”. Además explicó que
“los miembros de la familia ocultaron su difícil situación. Ellos no le
contaron a ninguna persona, ya que no querían recibir ninguna ayuda ajena”.
El
rabino Jaim emitió un suspiro pesado y se sumergió en sus pensamientos,
mientras lo alentaba la mirada sonriente del Rebe.
“Hace
unos días ya no tenían más dinero para pagar la renta al dueño de la vivienda
que alquilaban. La deuda aumentaba, hasta que el dueño de la vivienda los envió
a la prisión. Ahora, la numerosa familia se encuentra en una celda angosta.
Intenté por todos los medios posibles salvarlos. Me dirigí casa por casa y
junté dinero de las personas del pueblo, pero el dinero que reuní no es
suficiente, todavía falta una gran suma. ¿Qué debo hacer ahora?”.
El
rostro del Rebe Juna permaneció alegre como antes. Su sonrisa continuaba
estando sobre sus labios y sus ojos miraban a un punto fijo en el espacio de la
habitación, se podía percibir que estaba concentrado fijamente en sus
pensamientos tratando de encontrar algún consejo para solucionar el problema de
uno de los miembros de la comunidad.
Unos
instantes de silencio pasaron, cuando de pronto pareció como si lo hubieran
sacudido de un profundo sueño, su rostro sonriente se expandió y su mirada
demostraba alegría.
El
rabino Jaim estaba sentado y observaba. Él ya sabía desde hace tiempo sobre la
alegría en el rostro que solía tener el Rebe.
Pero
el Rebe no prestaba atención a las miradas de las personas, solamente respondió
y dijo:
“Encontré
una forma de como recaudar la gran suma que todavía falta pagar. Escucha
atentamente lo que te voy a decir”:
“En
una semana se celebrará la festividad de Purim, seguramente todos los judíos
celebrarán con alegría y regocijo. Como es sabido, en Purim es costumbre que
los judíos cambien de identidad, utilizando un disfraz. Escucha lo que voy a
aconsejarte, tengo en mi mano el gartl (cinturón) que perteneció en su momento
al santo Rebe Jaim de Tzanz, también tengo el bastón que acostumbraba a llevar
consigo en sus caminatas, un bastón hermoso y elegante con una reluciente
canica plateada fijada en su cabeza, y además tengo conmigo el shtraimel
(sombrero de piel) que acostumbraba a usar en Shabat, días festivos y días
alegres. Muchos años utilizó estas cosas y es lógico decirte que estos objetos
son muy valiosos para mí. Sin embargo, te los prestaré para que este Purim te
disfraces de Rebe”.
La
cálida mirada del rabino Jaim no impidió que el Rebe Juna continuara con el
extraño plan. “Antes de Purim publicaremos que en ese día, darás bendiciones
y recibirás pedidos, y así como entenderás, vendrá la salvación de esta familia
a través del disfraz”.
El
rabino Jaim observó al Rebe Juna con una mirada aturdida. “¿Acaso el Rebe
desea esto?”. No se animó a preguntar, pero el Rebe Juna movió su cabeza y
dijo:
“Me
réferi a cada palabra que dije, no tienes que temer de ninguna persona. El
precepto de rescatar a los cautivos es aquel que te va a defender, y
seguramente salvará a la desafortunada familia”.
El
rabino Jaim se encogió de hombros. Ni en sueños hubiera pensado que el gran
Rebe le hubiera querido ofrecer este consejo, y también tomar prestado las ropas
tan preciadas de su santo abuelo, que eran tan importantes para él.
Pronto
se corrió la voz en la ciudad de Risha. Varios grupos de personas estaban
parados y comentaban sobre la nueva costumbre del Rebe Juna. Los hombres
jóvenes hablaban acerca de este tema al finalizar los rezos en la pequeña
aldea, las mujeres que estaban ocupadas con los preparativos para la
festividad, se enteraron al caminar hacia el mercado.
Los
niños pequeños comentaban el asunto entre clase y clase. En todo rincón se
podía escuchar las charlas:
“¿Estás seguro qué es así?”. “Seguramente que es cierto”. Le respondía una persona a
otra, mientras que una tercera persona que estaba parada en ese momento
escuchando la conversación quedaba sorprendida.
Otra
persona más que estaba allí, al lado de ellos, les dijo que “ciertamente
esto es lo que dijo el Rebe. Yo incluso escuché sobre esto de la boca del hijo
del secretario del Rebe…”.
En
todas partes se juntaban y hablaban sobre el rumor que había llegado incluso a
los pueblos y las aldeas que se encontraban cercanas a Risha: Al rabino Jaim
Iehoshúa, el comerciante, le fue dada la orden del Rebe Juna de disfrazarse en
Purim de Rebe, recibiendo pedidos y dando bendiciones. Cuando las personas se
preguntaban porque el Rebe le ordenó a él disfrazarse, la pregunta quedaba sin
respuesta. Ninguna persona del pueblo sabía cuál era el motivo de la orden del
Rebe Juna.
Llegó
Purim, la alegría de la festividad era evidente en todas las calles pobres de
Risha. Las personas disfrazadas corrían de un lado a otro teniendo en sus manos
los Mishloaj Manot (regalos de comida que son entregados en esa
festividad), sin embargo, todos estaban ocupados con otro tema.
Alrededor
de la pequeña y modesta casa se reunieron cientos de personas jubilosas
esperando para poder ingresar y “recibir su bendición”. Antes se le había
ordenado a una persona que esté parada en la puerta de la casa y él determinaba
el orden de quien ingresaba primero.
“¿Acaso
alguien sabe si el Rebe ya comenzó a repartir bendiciones?” –bromeaba la
gente.
La
alegría de Purim dominaba todo. Todos estaban divirtiéndose por el nuevo Rebe y
hablaban acerca de esto y sus bendiciones”. “El Rebe June seguramente habrá
querido aumentar la alegría de Purim, por eso ordeno hacer este acto”,
explicaban uno a los otros, “seguramente encontró que el rabino Jaim, el
comerciante, era apropiado para tener ese puesto y lo convirtió a él en “Rebe
por un día”.
Una
gran multitud se reunió y llegó de la periferia de la ciudad, pero muchos
llegaron de las aldeas cercanas, ya que escucharon sobre la gran alegría que
había en la ciudad de Risha y vinieron para ser parte también. Hasta después
del mediodía la mayoría de ellos permanecieron cerca de la puerta de la casa
del rabino Jaim, y cuando el sol comenzó a inclinarse hacia el oeste, la gente
dejó de venir y cada uno siguió con sus ocupaciones para cumplir los preceptos
del día, la alegría y el banquete festivo de Purim.
Mientras
las personas estaban sentadas en sus casas, el rabino Jaim necesitaba un poco
de alivio del disfraz pesado que tenía, y se quitó de encima aquellas ropas de
Rebe.
“Todo
vale”, murmuró para sí mismo, “para poder rescatar a la desafortunada
familia de la prisión”. Él comenzó a contar con curiosidad el dinero de los
pedidos que tenía sobre su mesa. De un momento a otro aumentaba su asombro y
excitación, cuando finalizó de contar sus ojos se iluminaron de alegría. “Gracias
a Hashem, ahora tengo conmigo la cantidad total que es necesaria para rescatar
a la familia de su difícil situación, incluso sobraron bastantes monedas para
que puedan sustentarse por un largo tiempo”.
Su
alegría creció y creció, y no se pudo controlar así mismo, corrió rápidamente
hacia la casa del Rebe Juna, que en ese mismo momento estaba reunido con su
familia para la comida festiva de la festividad.
Besó
la mano del Rebe, y le dijo con la garganta ahogada: “Rebe, tengo conmigo
toda la suma necesaria. No creía que la salvación viniera tan rápido, Rebe, el
mérito de rescatar a los cautivos es gracias a ti”, y comenzaron a brotar
de su rostro lágrimas de alegría y emoción.
El
Rebe estaba sentado en la cabecera de la mesa. Al escuchar la buena noticia sus
ojos se iluminaron el doble, un par de lágrimas surgieron de sus ojos, y con su
mano temblorosa de emoción acarició la cabeza del rabino Jaim con aprecio.
Su
rostro brillaba con una luz suprema y por un largo tiempo reflexionó. Todos los
miembros de la casa lo observaban en silencio para no perturbar el precioso
momento. De repente el Rebe le dirigió una mirada penetrante al rabino Jaim, y
le dijo con una voz silenciosa y temblando de emoción:
“En mérito que pudiste anunciarme la buena noticia de la
liberación de la familia, yo te bendigo a ti que sea la voluntad de Hashem que
puedas anunciar tú mismo la llegada de la Redención pronto en nuestros días”.
El
rabino Jaim tomo la mano del Rebe Juna y la besó cálidamente. Una cálida
lagrima cayó sobre la mejilla en la palma de la mano del Rebe Juna. Las
lágrimas ahogaron la garganta del rabino Jaim y el salió de la casa sin decir
una palabra…
Era
el año 5699, 1939 del calendario común.
Todo
Europa estaba en alerta y tensa ante la llegada de la segunda guerra mundial.
Rusia
y Alemania acordaron secretamente repartirse el territorio de Polonia. El polvo
de la guerra volaba por el aire, los soldados pulían las armas. Los comandantes
estaban preparados, las tropas se habían movido hacia el frente, y todo el
mundo temblaba por los movimientos previos a la guerra.
En
medio de esto, el temor de los judíos crecía continuamente, la propaganda
antisemita desde Alemania aumentaba, los templos judíos eran derrumbados en
llamas y la vida de los judíos se volvía desolada.
De
repente sucedió lo que todo Europa temía, las tropas alemanas irrumpieron en la
pacifica Polonia en un terrible ataque relámpago por el lado oeste y conquistaron
su territorio, mientras que por el lado este invadieron tropas de Rusia y se
apoderaron de la parte que les” pertenecía” según el acuerdo con los alemanes.
Con
el cierre de la toma de posición sobre su parte, el gobierno de Rusia deportó a
miles de judíos, hacia las profundidades de la helada Siberia. De pronto, se
encontraban judíos polacos en campos de hielo de extensiones interminables de
nieve brillante, sufriendo el frio helado, eran transportados de un campo a
otro sin ningún motivo, luchando por su existencia a cada instante.
Uno
de los poblados que cayeron a manos de Rusia fue Risha, en pocas semanas los
rusos deportaron a sus habitantes a Siberia, entre ellos se encontraba el
rabino Jaim Iehoshúa Peshemish y su familia. Miles de otros judíos eran
trasladados de un campo de trabajos forzados a otro, adaptándose nuevamente a
la existencia de la guerra en otro lugar, hasta que eran colocados en un campo de
forma definitiva.
Pasaron
algunos meses, los exiliados comenzaron a acomodarse un poco mejor en sus
lugares fijos y comenzaron a llegar rumores terribles de que la totalidad de
Polonia había sido conquistada. Los rumores decían que miles de judíos fueron
enviados en los trenes de la muerte hacia los campos de exterminio. Muchos
fueron matados, y el resto fueron enviados a trabajos forzados hasta la muerte.
Ninguna persona quedó con vida, así eran difundidos los rumores. El judaísmo de
Polonia fue masacrado.
Un
duelo muy fuerte cayó sobre los judíos polacos exiliados que se encontraban en
los campos helados. Todos habían quedado asombrados y conmocionados. Entre
ellos no se encontraba ninguna persona que no tuviera algún pariente que seguía
permaneciendo en la “Polonia alemana”. Todos entendían el destino que había
sucedido con sus familias. Ellos sabían que habían quedado como los únicos
sobrevivientes de la comunidad santa de Polonia, a causa de que habían sido
exiliados a Siberia.
Un
fuerte dolor cayó también sobre el comerciante el rabino Jaim Iehoshúa
Peshemish, gran parte de su familia había quedado en Polonia.
Los
rumores sobre el destino de las personas solo confirmaban lo que él mismo
pensaba.
Muchos
días fueron sombríos, su rostro había desaparecido y su espalda estaba
desgastada. Las terribles noticias continuaban llegando una detrás de la otra.
Y su dolor era cada vez más fuerte. A veces incluso se largaba a llorar como un
niño pequeño.
Recordaba
a Polonia en su esplendor, donde habitaban rabinos y Rebes, las reuniones con
sus jasidim en las sinagogas, y las casas de estudio, todo esto se mantenía
vivo frente a sus ojos, pero él sabía que todo esto ya no estaba.
Sin
embargo, a pesar de esto todavía tenía un rayo de luz de esperanza.
Allí
donde él estaba, también había sido exiliado un cabalista anciano y
desconocido. Sus ojos siempre estaban abiertos mostrando su inteligencia, su
barba era similar a la nieve que caía continuamente cubriendo toda la
superficie de la tierra. Siempre consolaba a los exiliados, animaba a las
personas en su dolor. Pronunciaba a algunas personas un dicho jasídico que
reconfortaba el alma, a otras les daba alimentos y remedio con un animado
cuento jasídico. Con palabras silenciosas y tranquilizantes, era una antorcha
de luz en el campamento de refugiados.
Al
principio el rabino Jaim observaba de lejos al anciano, su presencia brillaba y
su sonrisa se veía claramente en sus ojos a pesar de los días más difíciles,
cuando las noticias terribles llegaban una tras otra.
El
anciano conocía a cada judío, ya que paseaba por el campamento. También la
presencia del rabino Jaim no había sido inadvertida frente a sus ojos. El
anciano veía en él, su tristeza y soledad y le propuso entonces “estudiar
juntos, todos los días, enseñanzas del Jasidismo. Estas palabras te despertarán
y devolverán el alma y traerán alegría”. Explicó el maravilloso anciano, el
rabino Jaim le respondió con un movimiento de cabeza como diciendo “yo quiero”.
Así
comenzaron a estudiar los dos juntos, desde la primera clase se habían unidos
mucho con gran amistad. Varias veces se los podía ver juntos, a veces se
encontraban concentrados en un libro y otras veces se hallaban sentados y
conversaban sobre las historias jasídicas, fortaleciéndose uno al otro en los
días de hambruna, epidemias y enfermedades.
En
uno de aquellos días, cuando habían terminado de estudiar un libro, lo habían
cerrado y le habían dado un beso con aprecio, el anciano cabalista comenzó a
encerrarse en sus pensamientos, algo que no era su costumbre hacerlo. Su rostro
radiante fue conmovido por algo, el rabino Jaim que se encontraba sentado junto
a él, esperaba que el anciano comenzara a hablar.
Un
silencio profundo había entre ellos, cuando el cabalista comenzó a levantar de
repente su cabeza, observaba los ojos del rabino Jaim suspiró y dijo:
“Por
favor, escucha amigo, rabino Jaim, yo ya envejecí, mucho sufrimiento y dolor
han pasado sobre los años de mi vida, y poca alegría. Ahora yo estoy acá, y no
sé si tendré el mérito de salir del exilio. Aquí te conocí a ti como una
persona confiable, y con temor a Hashem, tu integridad y tu temor son una vela
para tu andar”.
El
anciano cabalista guardó silencio un momento y continuó:
“Tengo
conmigo una caja con libros sagrados que son lo más preciado para mí de todo lo
que tengo. La mayoría de estos libros fueron heredados de mi sagrado padre, y
algunos los compré y los conseguí por mí mismo con mucho esfuerzo. Yo te pido
un gran favor, tienes una vida por delante de ti y seguramente tendrás el mérito
de salir de la cruel Rusia. Yo te quiero dejar estos libros preciados en tus
manos, y cuando llegará tu momento de salvación al salir de Rusia, los sacarás
contigo, y luego ya sabrás que hacer con estos libros…”.
Los
ojos del anciano se llenaron de lágrimas, luego su voz se ahogó y con las dos
manos temblorosas tomó las manos del rabino Jaim y lo abrazó con cariño. “Por
el mérito de estos sagrados libros, te prometo que te cuidarán en todos tus
caminos, y tendrás el mérito de salir a la libertad del infierno ruso”.
El
rabino Jaim estaba sentado en su lugar sin poder sacar una palabra de su boca,
solamente movió la cabeza aceptando el acuerdo. Una lágrima salada cayó sobre
sus ojos y desapareció en su barba.
No
pasaron muchos días y el corazón del anciano cabalista le decía que sus días
finales se estaban acercando, su muerte fue como su vida, que seguirá siendo un
misterio.
Todos
los judíos del campamento caminaron detrás del ataúd del anciano cabalista,
llorando y lamentándose.
Cinco
años pasaron allí. Era el año 5704 (1944) y la segunda guerra mundial ya estaba
terminando.
El
rabino Jaim logró salir del campo de trabajos forzados, abandonó Rusia y emigró
a la libertad, a los Estados Unidos tal como le había profetizado el anciano
cabalista.
Maravillas
y milagros lo acompañaron en todo momento, y más aún en tiempos de guerra,
comenzando por conseguir mucha documentación que se necesitaba para permanecer
allí de forma legal, y terminando con el permiso de salida la Unión Soviética.
“Por
el mérito del justo Tzadik de Risha que me prometió que voy a ser quien va a
anunciar la llegada de la Redención, y también por el mérito del anciano
cabalista con su caja de libros y cartas, pude sostenerme todo este tiempo”,
relató un tiempo más tarde, “de lo contrario, no hubiera podido sobrevivir y
salir de allí por reglas naturales”.
Y
así fue, después de unos largos meses de sufrimientos, el rabino Jaim llegó
finalmente a una tierra segura, a los Estados Unidos, cuando en sus manos solo
tenía algunas pocas pertenencias que le habían quedado, y la caja con los
libros preciados que había recibido del anciano cabalista en Siberia.
Tan
pronto como llegó, comenzó nuevamente a construir su vida. Su espíritu juvenil
que tenía cuando se ocupaba de los asuntos comunitarios en la ciudad de Risha
polaca, fue lo que lo apoyaba ahora. Así, él construyó nuevamente su hogar con
una nueva vida. De vez en cuanto, en algún momento libre, él abría con cuidado
la caja, observaba el tesoro de los libros y los diferentes manuscritos. Muchas
cosas estaban escritas allí, descubrimientos de la Torá y del Jasidismo y en
especial, palabras de Cábala, las cuales, en su mayoría eran difíciles para su
entendimiento.
Los
años pasaron rápidamente. El rabino Jaim ya era un abuelo. Muchos nietos venían
frecuentemente para visitarlo a su casa, y el rabino Jaim jugaba y conversaba
con ellos con alegría.
Hay
veces, cuando los miembros de la familia se juntaban, el rabino Jaim se solía
sentar en la cabecera de la mesa, y su familia le pedía que contara nuevamente
sobre su fascinante vida en el pasado. De todas las anécdotas, pedían en
especial, escuchar sobre la promesa del Rebe de Makalishitz, sobre que él
tendrá el mérito de anunciar la Redención. En ese momento, él se relajaba en su
silla, dirigía la mirada de sus ojos a un espacio vacío de la habitación, era
como que veía los días que antiguamente habían pasado, acariciaba su barba
blanca y con una leve sonrisa comenzaba a contar con nostalgia y cariño sobre
la Risha judía y la vida de los judíos en esa aldea.
A
veces, ampliaba la historia y le agregaba detalles, al narrar sobre el trabajo
en su negocio en aquellos días, describía como se preocupaba por ayudar en
secreto a las personas necesitadas, también como llegó a conseguir para una
persona, un permiso de trabajo en las oficinas del gobierno, y así se extendía
en detalles, hasta que llegaba a la historia de su encuentro con el Rebe de
Makalishitz, entonces su rostro temblaba de emoción, sus ojos se llenaban de
lágrimas, se veía como si estuviera nuevamente allí, en el despacho del Tzadik,
en el momento que le prometía que él iba tener el mérito de anunciar la llegada
de la Redención.
Los
miembros de la casa estaban sentados alrededor de la mesa con la boca abierta y
miraban sus labios, trataban de no perderse ninguna palabra, mientras que él
las narraba, ellos eran transportados con él, al mundo que él contaba, hasta
que ellos sentían y escuchaban como el Rebe de Makalishitz estaba parado frente
a sus ojos.
Y
finalmente terminaba su relato, siempre con estas palabras del Tzadik de Risha,
“que tendrás el mérito de anunciar la llegada de la Redención”. Cuando
decía esto, había un profundo silencio y todos se compenetraban en los detalles
del maravilloso relato que habían escuchado hasta ahora.
En
uno de los primeros días del año 5742 (1981-1982) el rabino Jaim llamó a su
hijo y le pidió a él, que saque algunos libros de la caja que había recibido
del anónimo cabalista en Siberia.
“Estos
libros son muy preciados para mí”, dijo el rabino Jaim, mientras ordenaba
los libros en una nueva bolsa. “Te pido a ti, toma por favor estos libros y
entrégaselos como regalo en mi nombre, al Rebe de Lubavitch. Hay muchos libros
que hablan sobre los temas de Redención. En uno de los libros esta insinuado
este año, el año 5742, con las primeras letras: Será un año que vendrá el
Mashíaj, seguramente, es un secreto grandioso que esta oculto y yo quisiera que
el Rebe vea esto con sus propios ojos”.
Y
así fue, un corto tiempo después de que su hijo le diera los libros al Rebe de
Lubavitch, el Rebe comenzó a hablar en los Farbrenguen (reuniones jasídicas)
con los jasidim sobre aquel año 5742, en el que está insinuado que “será un año
que vendrá el Mashíaj” y agregó que la fuente de estas palabras, tienen origen
en “un sabio que me las aclaró”.
Desde
aquel entonces el Rebe de Lubavitch comenzó a definir y proclamar cada año, según
las iniciales especiales implícitas en el nombre de ese año, todas relacionadas
con la muy pronta Redención que vivirá nuestra generación.
Pasaron
varios meses después de esto, y comenzaron los últimos días de la vida del
rabino Jaim. Sus fuerzas comenzaron a debilitarse cada vez más, los años duros
que vivió se reflejaron en su cuerpo, Un día cayó en cama. Su familia lo
cuidaba con mucha devoción. Toda la preocupación era como mejorar su salud y
asegurarse de que se sienta aliviado. Lo amaban tal como el amor que él había
brindado durante muchos años a ellos.
Un
día se quedó en su casa su nieta, -Mírele es su nombre– para cuidarlo y atender
sus necesidades y ayudarlo en todo lo que requería. De repente, se dirigió a su
abuelo y le preguntó: “¿Abuelo, cuando vendrá la Redención? Porque tú tienes
que anunciar su llegada”.
El
rabino Jaim cerró los ojos y con una leve sonrisa, volvió a abrir su boca: “Ya
te voy a anunciar, querida nieta, todavía no ha llegado el momento”…
El
rabino Jaim no se levantó de su cama, falleció en el año 5748, fue sepultado
mientras su familia lloraban amargadamente por su padre que era conocido por
ser el “comerciante de Risha”, quien tuvo mucho sufrimiento en el transcurso de
la vida.
Cuenta
la nieta Mírele:
“En
una de las noches del primer mes de Adar del año 5752, soñé que se me apareció
mi abuelo vestido con ropas brillantes y eran alumbradas por una luz preciosa,
su rostro irradiaba una luz brillante, se veía tan feliz como lo había sido en
su vida”.
“Estaba
temblando de miedo. Él se paró delante mío y me parecía como si estaba vivo,
pero su sonrisa me tranquilizó poco a poco, hasta que me animé a preguntarle:
Abuelo, ¿Por qué estas vestido con esas ropas tan lindas? Entonces mi abuelo me
sonrió con una amplia sonrisa más aún, y su rostro sonrió el doble”.
“Querida
nieta”, dijo, “¡Vine anunciar que el Mashíaj ya vino! Despierta vístete con las ropas más lindas,
para una fiesta. El tiempo ha llegado”.
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