Incluso en la espiritualidad funciona la gran regla que está en la base del método: La regla de que un cuerpo no rechaza lo que reconoce como parte de él. De manera bastante automática tendemos a "rechazarnos" unos a otros y por ende, a no "aceptarnos" unos a otros. Al otro lo percibimos como un "extranjero". La "extranjería" se interpreta de inmediato como una amenaza a nuestro propio bienestar y conlleva una reacción de rechazo (más o menos violenta, física o espiritualmente), exclusión y un intento de borrar de la realidad al factor desconocido que invadió nuestro territorio o al menos lo que tiene para ofrecer.
Este mecanismo de defensa es positivo siempre que se trate de entidades que realmente nos ponen en peligro. ¡Pero es destructivo cuando se trata de intentar añadir algo esencial para nosotros que es simplemente nuevo y viene a ayudarnos o incluso a salvar vidas! Por ejemplo: Información esencial que, si aceptáramos con agrado, podría sanar nuestras almas y llevarnos a un lugar de anuencia y unión.
En cada encuentro entre dos o más judíos, debe pasar entre ellos algo positivo y que los conecte: Simpatía, interés, identificación, amor. El gran obstáculo reside en el hecho, de que a la mayoría de nosotros nos resulta difícil reconocer al otro como una existencia no ajena. Su vida, sus opiniones y sus hábitos nos parecen extraños y, en cualquier caso, rechazados. Si seríamos inteligentes en reflexionar adentro en nuestras almas, de forma objetiva, identificaríamos en nosotros mismos (al menos en cierto nivel) esas mismas debilidades y defectos. Si hubiéramos examinado honestamente un poco más hondo nuestras vidas, nos habríamos dado cuenta inmediatamente que si hubiésemos nacido y crecido en un entorno como aquel en el que creció nuestro semejante, es lógico que nosotros también hubiéramos salido de allí con el mismo "exceso de carga" y nos comportaríamos no mejor que él. Una observación más profunda que esta, identifica la parte Divina, que es la esencia en común de todos nosotros.
Este análisis valiente implica compasión, entrega, asociación y comprensión. Cuando identificamos en nosotros mismos la posibilidad de ser como el otro, ya no hay más rechazo. Tanto los "implantes" como los "trasplantados", los dos ganan en sus vidas verdaderamente. La vida de un judío no es una célula solitaria infeliz o arrogante, sino que es parte de un cuerpo íntegro y sano, parte de la nación viva de Israel.
Estas vidas sanas, son la receta para alcanzar la vida de perfecta armonía que se materializará enseguida después de la revelación del Mashíaj. Y éste es, en realidad, el sencillo significado del conocido slogan: "¡Con amor al prójimo, traeremos al Redentor!". (BeAhabat Israel, Nabi et HaGoel).
