Estos dos grandes tzadikim viajaban por el continente europeo en busca de judíos que requirieran asistencia espiritual. Cierta vez, al llegar a la plaza pública de una pequeña aldea, vieron a un oficial ruso que golpeaba brutalmente a un judío. Desconcertados por el incidente, se acercaron y comenzaron a forcejear con el oficial, lo que ocasionó que fueran encarcelados.
A la mañana siguiente, Rabí Elimelej despertó temprano y encontró a su hermano llorando desconsoladamente. “¿Qué te ocurre?”, le preguntó conmovido. Rabí Zushe, secó sus lágrimas y le respondió:
“Es tiempo de rezar las plegarias matutinas, pero en el centro de esta habitación hay un balde para que los presos hagan sus necesidades fisiológicas, y la ley judía nos prohíbe rezar en un lugar como este, ya que es deshonroso para la Presencia Divina. Es la primera vez que me veo impedido de rezarle al Creador. ¡¿Cómo no voy a estar devastado?!”.
Rabí Elimelej escuchó con atención las palabras de su hermano y luego de reflexionar por un instante le dijo: “Querido Zushe, la razón por la cual debes abstenerte de rezar en estas circunstancias es porque así ha sido estipulado por Di-s en Su código de leyes. El Santo Bendito Sea no quiere que lo hagas. Siempre has podido satisfacer Su voluntad rezando, pero hoy tienes una nueva oportunidad, la de servirlo sin hacerlo”.
Las palabras de Elimelej resonaron con fuerza en los oídos de Zushe, quien de inmediato secó sus lágrimas y comenzó a bailar con gran emoción. Al ver la reacción que había provocado en su hermano, Rabí Elimelej se unió a él en la danza.
Los demás prisioneros miraban incrédulos a los dos judíos que bailaban y, también, decidieron participar de la celebración; y así, el ambiente lúgubre de la celda se transformó en uno lleno de alegría y regocijo.
Cuando el guardia escuchó las voces alegres provenientes de la celda se dirigió hacia allí a toda velocidad y, para su sorpresa, encontró a todos los presos bailando y cantando. “¿Qué está pasando aquí?, ¿por qué están todos contentos?”, gritó. Uno de los reclusos le respondió: “La verdad, no entiendo bien la causa del festejo, creo que es aquel balde en medio de la celda”. “¡Ajá!”, dijo el guardia. Y sin titubear, se llevó el recipiente.
En ese instante, Rabí Elimelej se dirigió a su hermano y le dijo: “¡Ahora sí puedes rezar!”.
El exilio es ese balde nauseabundo y si bien la lógica nos indicaría que hay varias formas de eliminarlo, la más efectiva es por medio de la alegría, así provocaremos de inmediato la llegada del Mashíaj que nos traerá la Presencia Divina sin ningún tipo de filtros, obstáculos o ocultamientos.
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