cuando Di-s creó los cielos y la tierra, cuando el universo todavía estaba vacío, sin formar y envuelto en oscuridad, el "espíritu de Di-s se mecía" encima de la emergente existencia. Dice el Midrash: "'El espíritu de Di-s se mecía' - éste es el espíritu del Mashíaj". Pues el Mashíaj representa el espíritu Divino de la Creación, la visión del mundo perfeccionado que es el propósito de Di-s al crearlo y poblarlo con seres intencionales, pensantes. El burro del Mashíaj tiene una larga y prestigiosa historia. Una y otra vez hace su aparición en el curso de las generaciones, surgiendo en coyunturas claves del proceso mesiánico. Cada vez lo vemos cumpliendo la misma función, pero de una manera ligeramente diferente, reflejando los cambios que experimenta nuestro mundo a medida que evoluciona a su definitivo estado de perfección. El burro del Mashíaj aparece por vez primera en el año 2084 desde la creación (1677 antes de la era común), mientras Abraham se dirige a la prueba de "Akedat Itzjak", su décima y más grande reiteración de su fe en Di-s. "Abraham se levantó muy temprano de mañana y preparó su burro", cuenta la Torá, y lo cargó con los elementos necesarios para la "akedá" ("la leña, el fuego y el cuchillo") para la caminata de tres días desde Jevrón al Monte Moriá en Jerusalén. Siete generaciones después, Moshé también fue despachado por Di-s a una misión: saca al pueblo judío de Egipto y llévalo al Monte Sinaí, donde Yo les comunicaré su misión en la vida como Mi pueblo elegido. Así que "Moshé tomó a su esposa e hijos, los colocó sobre el burro", y partió a Egipto. "El" burro, acentúa la Torá; el mismo burro, explican nuestros Sabios, que sirvió a Abraham y que portará al Mashíaj. Tres personajes que emplean este antiguo burro en su cumplimiento de la voluntad de Di-s. Pero el alcance con que el burro está involucrado en su misión difiere. Con Abraham, lleva sus pertrechos; con Moshé, su esposa y niños; mientras que Mashíaj es descripto como cabalgando él mismo, sobre el burro.
La sabiduría convencional sostiene que lo espiritual es más grande que lo físico, lo etéreo más excelso que lo material. No obstante, nuestros Sabios han enseñado que Di-s creó la totalidad de la existencia, incluyendo los "mundos" espirituales más excelsos, porque "El deseó una morada en el mundo inferior". Nuestra existencia física es el objetivo de todo lo que El creó, el ambiente dentro del cual ha de concretarse Su propósito en la Creación. Di-s deseó que nosotros refináramos y eleváramos la existencia material; que la realidad física, cuya condición concreta y centralismo en sí misma oscurece nuestra visión interior y deforma nuestras auténticas prioridades, sea re-encaminada como una fuerza positiva en nuestras vidas; que traigamos a luz la bondad y perfección inherente en toda Su creación, incluyendo, especialmente, la "más inferior" de Sus obras, el mundo material. La palabra hebrea para "burro" es jamor, de la palabra jómer, "materia". El burro del Mashíaj es la bestia material alistada, lo físico encaminado a fines superiores y más excelsos. Pero la misión de la humanidad de elevar lo material implica un proceso largo y de involucramiento, un esfuerzo histórico en el que cada generación construye sobre los logros de sus predecesores. Pues lo físico y lo espiritual están a mundos de distancia; de hecho, la naturaleza misma de la Creación de Di-s es tal que un extenso golfo divide a ambos, convirtiéndolos en antagonistas naturales. Por naturaleza, casi por definición, la persona dedicada a procuras espirituales evade lo material, mientras que la vida material hace más burda al alma de la persona y embota su sensibilidad espiritual. Sólo cuando "Di-s descendió sobre el Monte Sinaí el muro entre espíritu y materia se quebró. La realidad Divina se reveló dentro de la realidad terrenal; la Torá fue dada al hombre, permitiéndole santificar lo mundano, expresar la verdad de Di-s que hay dentro, y por medio de, el mundo material.
Ahora veremos la diferencia en el grado en que Abraham y Moshé involucraron al "burro" material en sus respectivas misiones. Abraham, el primer judío, comenzó el proceso de sublimar lo material, de concretar su potencial para expresar la bondad y perfección del Creador. Pero Abraham vivió antes de la revelación en Sinaí, el suceso en el que Di-s rescindió el decreto que había dividido el mundo entre "superior" e "inferior", entre materia y espíritu. En su época, la orden original instituida en la creación todavía seguía vigente: lo físico y lo espiritual eran dos mundos incompatibles, separados. Lo máximo que Abraham podía hacer era alistar lo físico para servir a lo espiritual, usar al "burro" para cargar los "accesorios" de su servicio Divino. Lo físico permaneció tan burdo como siempre y no podía ser involucrado directamente en su vida espiritual; no obstante, Abraham dio el primer paso en arrebatar a lo material de su inherente absorción en sí mismo, al utilizarlo, si bien superficialmente, para ayudar en su servicio a Di-s. Moshé, por otra parte, se embarcaba en la misión que habría de culminar en el recibimiento de la Torá, el medio con el que Di-s facultó al hombre para disolver la dicotomía entre los dominios "superiores" e "inferiores". La Torá nos instruye y permite santificar incluso los aspectos más mundanos de nuestras vidas, integrar nuestro ser y ambiente materiales a nuestras metas espirituales. De modo que Moshé usó "el burro" para llevar a su esposa e hijos. La esposa y los hijos de uno son una extensión del propio ser; en las palabras de nuestros Sabios, "la esposa del hombre es como su propio cuerpo" y "un hijo es una extremidad de su padre". Comenzando con Moshé, lo material comenzó a jugar un rol íntimo y central en el trabajo de nuestra vida. Pero Moshé sólo marca el comienzo del efecto de la Torá sobre el mundo físico. Desde entonces, cada vez que la persona emplea un recurso material para realizar una mitzvá, por ejemplo, dinero para dar a caridad, o usar la energía que el cuerpo extrae de su alimento para abastecer su fervor en la plegaria, refina estos objetos físicos, despojándolos de su terrenidad y egoísmo. Con cada acto tal, el mundo físico se vuelve mucho más santo, mucho más en armonía con su esencia y función. Cada uno de esos actos acerca el día en el que nuestro mundo se despojará final y completamente del hollejo de aspereza que es la fuente de toda ignorancia y dificultad, trayendo un nuevo amanecer de perfección y paz universal.
De modo que Mashíaj, quien representa la máxima plenitud de la Torá, él mismo cabalga el burro de lo material. Pues él anuncia un mundo en el que lo material ya no es más el elemento "inferior" o secundario, sino un recurso absolutamente refinado, una fuerza en nada menos central e importante para el bien que la creación más espiritual.
Colabora con la difusión de Mashíaj y dona a través de PayPal al usuario vienemashiaj@gmail.com