estando el Rambam (Maimónides) ocupado en sus estudios, llegó a su escondite un mensajero que portaba una carta. El Rambam la abrió y la leyó. Sintió que lo envolvían las sombras y un profundo suspiro brotó de su pecho. Era un pliego del judaísmo del Yemén, que le hacía llegar Rabí Iaacov, hijo de Rabí Natanel Alfaiumi (aparentemente originario de la ciudad de Alfaium, en Egipto), Rosh HaIeshibá en el Yemén. Numerosos alumnos del Rambam estudiaban por entonces en esa ieshibá y alababan mucho a su anterior maestro, sobre todo Rabí Shelomó HaCohén, ahora encargado de dirigir a sus hermanos cohanim. Rabí Iaacov había oído y atendido esos elogios y resolvió plantear sus problemas al Rambam, solicitándole consejo. En el pliego del que estamos hablando, los judíos yemenitas pedían apoyo espiritual e indicaciones sobre cómo debían proceder en la difícil situación en que se encontraban. Les habían sobrevenido múltiples desgracias; la última, la peor de todas: los shiítas gobernantes del Yemen dictaron leyes que obligaban a los judíos a convertirse, bajo pena de ser muertos por la espada. Y aún peor, como si no fuera suficiente la persecución de los gentiles, un judío converso había comenzado a dictar conferencias y hacer propaganda pidiendo a todas las congregaciones de Israel en el Yemen que se volvieran musulmanas. Ese converso citaba versículos de la Torá que, según él, significaban que Mahoma era un verdadero profeta. El temor que inspiraba el gobierno y la presión de las persecuciones habían impedido que se contestara a ese converso como lo merecía y que se demostrara que su argumentación no tenía sentido. A raíz de todas estas desdichas, el pueblo empezó a creer firmemente en una próxima redención. Veía en su mismo dolor el final de la diáspora, basándose en que así lo habían predicho nuestros Sabios que, con la santidad de su espíritu, afirmaron que inmediatamente antes del arribo del Mashíaj los judíos deberán soportar muchos padecimientos. Como consecuencia del estado de ánimo que esta esperanza implicaba, los judíos yemenitas tuvieron que sufrir otro durísimo golpe: un judío enfermo mental se presentó a sí mismo sosteniendo que era el encargado de anunciar la llegada del redentor. De tratarse de una época normal, nadie le hubiera hecho caso, pero ahora, cuando los corazones anhelaban cualquier palabra que trajera un mínimo de alivio, los desdichados judíos le abrieron sus brazos. Muchos creyeron en el nuevo “profeta” y lo siguieron con los ojos cerrados. Los sabios del Yemen observaban este fenómeno con angustia y tremenda preocupación. Temieron que ese hombre de facultades mentales alteradas y cargado de ilusiones y fantasías fuera capaz de hacer que los judíos se rebelaran contra el gobierno, lo que traería como consecuencia que los enemigos de Israel —¡no lo permitiera el Señor!— acabaran con la judeidad yemenita. Por ese entonces se encontraba en el país uno de los alumnos del Rambam, Rabí Shelomó HaCohén. Sabía perfectamente a qué atenerse respecto a la capacidad de su Maestro y a la cantidad de esfuerzos que desplegó en todos los terrenos cuando se trató de sus hermanos en Marruecos. Rabí Shelomó sugirió a los sabios del Yemén dirigirse al Rambam y solicitarle un consejo justo según la Torá, y todo el apoyo que pudiera darles. Los sabios aceptaron la idea y plantearon sus problemas al Rambam. Pero como éste permanecía todavía en su escondite, tuvieron que hacerlo por medio de la epístola que firmó Rabí Yaacov ben Rabí Netanel Alfaiumi. Mucho sufrió el Rambam al enterarse de los pesares que recaían sobre los judíos yemenitas. Se apresuró a contestar las preguntas que le hacían y a alentarlos. Para que sus palabras pudieran ser comprendidas por todos, el Rambam prefirió escribir en árabe, utilizando un idioma de fácil comprensión y muy preciso. Según lo dice él mismo: Y en cuanto al resto de lo que usted me escribe y sobre lo que me pide respuesta, he preferido contestar en el idioma de kedar (árabe) para que cualquiera pueda leerlo rápidamente, tanto hombres como mujeres y niños. La respuesta es una para todos y toda la congregación debe entenderla. El Rambam comienza a contestar con una alabanza a los judíos de Yemen:
...tronco que habla de sus magníficos orígenes y de cuyas raíces surgió un espléndido retoño que cumple en detalle todos los preceptos. Así lo hace la congregación en pleno, formando un bloque sin fisuras ni excepciones. No hay discusiones entre sus miembros. Después de esta introducción, el Rambam va solucionando una a una las dudas de los yemenitas. Respecto de la ley de conversión obligada, responde: Respecto a lo que usted me hace saber sobre lo que está ocurriendo en el Yemen acerca de la conversión obligada —se exige a los hijos de Israel que abandonen su religión en todos los lugares donde domina el gobierno—, sepa que el intenso odio de los demás pueblos hacia Israel es fruto de la envidia que sienten por nuestra superioridad, porque poseemos la Torá del Señor y gracias a esa Torá somos diferentes de ellos. Desde siempre han intentado los gentiles hacernos olvidar nuestra Torá y anular esa superioridad, tal como hoy pretenden hacerlo en el Yemen. Pero ya nos ha prometido el fallecido Rey David: “Podrá decir Israel: ‘Mucho me han angustiado desde mi juventud, pero no pudieron contra mí’”. Y ustedes, hermanos, sean fuertes y valientes y apóyense en estos versículos que reflejan la pura verdad. No se dejen intimidar por las conversiones forzadas si han llegado hasta ustedes. No les asuste el vigor del brazo del enemigo y la debilidad de nuestro pueblo, porque todo esto no es más que una prueba, un examen que se les toma para demostrar al mundo hasta que punto llega la fe y el cariño de ustedes. Los que se mantienen en la verdadera religión en tiempos como éste son únicamente los sabios, los que temen al Señor, la simiente de Iaakov. Al final no lograrán los gentiles obligarnos a cambiar de religión por la fuerza. Dicen: “Rompamos las ligaduras y echemos de nosotros las sogas (que nos sujetan)”. Pero “El que vive en los Cielos va a reírse; el Eterno se burlará de ellos” (Tehilim 2:3).
La segunda pregunta se refería al converso. El Rambam rebate todos sus argumentos y demuestra a los judíos del Yemen que ese hombre ha inventado todo lo que dice, que se contrapone a lo que consta en la Torá. La tercera cuestión trataba del falso profeta. El Rambam contesta: Usted me menciona a un individuo que dice ser el Mashíaj de las ciudades del Yemen. No me extraña que lo haga ni que haya quien crea en él, porque indudablemente está loco. El enfermo no es culpable de nada (porque está enfermo) y los que lo siguen lo hacen por impaciencia, porque ignoran cómo será en realidad el Mashíaj y cuáles son sus cualidades. En resumen: si ese hombre hablara de mala fe o con ligereza merecería miles de muertes. Pero lo que supongo —y debe ser la verdad— es que está completamente perturbado y ha perdido su imagen y su capacidad de razonar. Les daré un consejo tan bueno para ustedes como para él. Enciérrenlo por algunos días... después déjenlo en libertad, con lo que él será el primero en salvarse. El Rambam continúa explicando cuáles son las señales que indicarán la llegada del verdadero Mashíaj y demuestra, citando la Biblia, que éste aparecerá en Eretz Israel antes que en ninguna otra parte. El Rambam rechaza las profecías mentirosas, insistiendo en que durante su vida había habido varios falsos mesías en Marruecos, Francia y España. Al final de su epístola, el Rambam pide que se copie varias veces y que se distribuya entre los sabios de las diferentes congregaciones para afirmar la fe de los judíos del Yemen. Pero como temía que una copia pudiera caer en manos de los musulmanes, haciendo que éstos se mostraran aún más duros en su persecución anti-judía, recomendó que se mantuviera el contenido de la epístola en secreto, a cubierto de miradas extrañas. Termina diciendo: ¡Por favor! Envíe copias de la presente a cada una de las congregaciones, a los sabios y a las personalidades destacadas, para que los anime en su fe y los fortifique en su posición. Léala a todos y a cada uno de los judíos y así traerá usted justicia a mucha gente; pero evite cuidadosamente a los malvados que puedan revelar o publicar (su contenido) a los pueblos árabes, lo que eventualmente conduciría a que se renueve la persecución. ¡El Señor nos salve de ello con Su compasión!. Si bien la he escrito, no lo hice sin sentir mucho miedo. Pero considero que llevar la justicia a muchos es tan positivo que hace despreciar los peligros. Se la he enviado, pero “el secreto del Señor es de quien le teme”. Nuestros Sabios, advertidos por el Profeta, de recuerdo bendito, nos han asegurado que “los encargados de cumplir con un precepto no sufren ningún perjuicio”. Y no existe precepto más importante que éste. La paz sea sobre todo Israel. Amén. Esta epístola elevó el espíritu de los judíos del Yemen y los fortificó de tal modo que permanecieron firmes ante todas las desgracias con las que tuvieron que enfrentarse.
Hay referencias a estos episodios en otros escritos del Rambam. Entre ellas, una relata el final del falso profeta. Al responder a los sabios de Marsella, Francia, que se dirigieron a él veintidós años después para averiguar en qué circunstancias había redactado la “Iguéret Teimán”, el Rambam escribe:
En el Yemen apareció un hombre hace ya veintidós años, proclamándose enviado del Mashíaj para disponer el terreno antes de su llegada. Dijo que el Rey Mashíaj aparecería en el Yemen. Multitud de judíos y árabes se agruparon a su alrededor y lo siguieron e iban recorriendo las montañas. Los engañaba, les decía: “Vengan conmigo al encuentro del Mashíaj que me ha enviado a ustedes y preparémosle el camino”. Nuestros hermanos del Yemen me escribieron una larga carta y me hicieron saber qué clase de hombre era aquél, cómo se comportaba, las novedades que había introducido en las oraciones y todo lo que iba inculcando a sus adeptos. Agregaron haber sido testigos de algunos milagros que protagonizó. Me preguntaron cómo proceder y yo los comprendí perfectamente. Me di cuenta por lo que me escribían de que se trataba de un infeliz que había perdido el juicio, pero que seguía temiendo al Cielo; que era profundamente ignorante y que todo lo que decían que había hecho o que parecía que había hecho no era más que engaño y mentira. Temí por aquellos judíos y redacté para ellos unos tres folletos sobre las señales verdaderas que indicarán al Rey Mashíaj y a la época en que aparecerá. Y les urgí a que previnieran severamente a ese hombre porque podría perderse y perder a las congregaciones. Lo que ocurrió fue que lo detuvieron al cabo de un año y sus adictos huyeron todos. El rey del sultanato, que lo tomó preso, le interrogó:—¿Qué está haciendo?—Mi señor y rey: digo la verdad y todos mis actos los realizo en nombre del Señor. —¿Qué prueba puede exhibir para demostrarlo? —Mi señor y rey: córteme la cabeza. Resucitaré y volveré a estar tan vivo como antes. —Realmente, será una prueba más que suficiente. Si resulta positiva, yo y toda mi gente te creeremos. Será evidente que todo lo que predicas es verdad, efectivo y correcto, y que nuestros padres se equivocaban y su fe no tiene sentido ni sirve para nada. Inmediatamente ordenó el sultán: —¡Tráiganme una espada! La trajeron y la presentaron al rey, que ordenó decapitar al profeta. Así murió el desdichado, que su muerte sirva para exculparlo, a él y a todo Israel. Los judíos de la mayor parte del territorio fueron castigados con (la pérdida de) grandes cantidades de dinero. Pero todavía hay algunos que no razonan y que esperan que se levante de su tumba.
La epístola, conocida como “Iguéret Teimán” fue traducida del árabe al hebreo por Rabí Najum HaMaharabí, que la llamó “Petaj Tikvá”. En el prólogo que precede a su trabajo, Rabí Najum menciona las razones que lo llevaron a realizarlo: Al profundizar en ella y ver todo lo que escondía, ví que era muy útil, que prodigaba esperanza e ilusiones a un pueblo pobre y débil; que llevaba sosiego al corazón del aturdido y lo encaminaba por la ruta correcta para que sus tobillos no se salieran del camino verdadero. Si acaso lo atacan angustias y lo envuelven las desgracias, esta epístola le ayudará en sus penas y le hará confiar en que llegarán buenas noticias, especialmente en nuestro tiempo, que es fin y terminación de la diáspora y principio y comienzo de nuestra libertad.
Tiempo después, cuando el Rambam ya había vuelto a cumplir sus funciones en la corte, siguió interviniendo en favor de los judíos del Yemén para aliviarlos del pesado yugo a que los sometían los dirigentes musulmanes. Aquellos le quedaron muy agradecidos. Lo respetaban en grado sumo, en prueba de lo cual aceptaron absolutamente todos sus dictámenes. El Rambán (Najmánides) escribió una carta a los rabinos de Francia alabando al Rambam (Maimónides). Detalló en ella muchos puntos que revelan el enorme aprecio de los yemenitas por el sabio español. Expuso: ...y he aquí que atestiguo ante mis rabinos y ante el Cielo y la Tierra que he escuchado de personas dignas de fe que en el reino del Yemén hay muchas congregaciones que se ocupan de estudiar Torá y de practicar los preceptos por los preceptos mismos, sin esperar recompensa por hacerlo. Y que en ellas se nombra al Rambam cada vez que se pronuncia la oración del Kadish: “...durante su vida y en sus días y en los de la existencia de Rabí Moshé ben Maimón”; porque les abrió los ojos a la Torá y los colocó a la luz que ella irradia y les alivió de muchas leyes crueles y del peso de los impuestos. Porque estaban tan oprimidos como el barro de las calles que todos pisan, y él les levantó el yugo de la diáspora y pudieron descansar un poco de la carga del sultán y los ministros. Extraído de www.tora.org.ar
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