Tierra y mar son uno el reflejo del otro, y no obstante son mundos totalmente diferentes. Ambos son ambientes sostenedores de vida, proveyendo sustento y protección a una cantidad enormísima de criaturas. Ambos son ecosistemas complejos, completos con la gran variedad de minerales, vegetación y animales que forman una cadena alimentaria y una escalera de vida. Pero pese a sus similitudes, tierra y mar son diferentes de muchas formas,
particularmente en la manera en que las criaturas que los pueblan se relacionan con su entorno.
Nuestros Sabios han dicho que el hombre es un universo en miniatura, un microcosmos de toda la existencia creada. El ser humano, así, incluye a estos dos mundos. El hombre tiene tanto un aspecto terrestre como uno acuático en su vida.
Las criaturas de la tierra se encuentran sobre la tierra. Algunas especies excavan bajo ésta por una cierta parte del día o año, y hasta incluso hay especies que rara vez, si es que alguna, se muestran encima del suelo; pero en conjunto, las criaturas terrestres viven sus vidas en la superficie de la tierra. De hecho, nada les impide cortar todo contacto directo con la tierra por períodos extendidos de tiempo.
No así las criaturas del mar: ellas viven sumergidas dentro de su ambiente. Y para la mayoría de los animales moradores del mar, esta inmersión es cuestión de vida o muerte; un pez fuera del agua no es solamente una criatura fuera de su elemento, sino una que no puede sobrevivir más que un corto lapso de tiempo.
Por supuesto, las criaturas de la tierra no son menos dependientes de la tierra que sus criaturas marinas hermanas del mar. Sin la tierra y sus recursos, el animal terrestre no podría vivir. La diferencia radica en cómo se refleja esta verdad en su existencia día a día, hora a hora, y minuto a minuto. Con la criatura de mar, esta dependencia es constante y obvia. El animal de mar no puede separarse del ambiente que lo mantiene; su vida y fuente de vida están inexorablemente ligadas. La criatura terrestre, por otra parte, puede recibir su nutrición de la tierra y luego olvidarla, incluso negarla. Plausiblemente, una criatura terrestre puede vivir una vida entera sin reconocer, o demostrar de cualquier forma, de dónde deriva su sustento.
Este es el significado de las personalidades "mar" y "tierra" dentro del hombre. Hay una parte del hombre que está desconectada de su propósito y fuente: una entidad terrestre desentendida del hecho que su alma es una chispa de Di-s en lo Alto, una a la que se otorga vida de nuevo, en cada instante del tiempo, por su Creador, una cuya existencia tiene significado sólo dentro del marco de su rol en el propósito Divino. Un ser terrestre que define su existencia en los estrechos términos de ego personal y aspiraciones y deseos individuales.
Pero el hombre también posee una personalidad mar; una personalidad espiritual que trasciende el ego y la individualidad para armonizar cada uno de sus actos y pensamientos con las metas superiores para las que fue creado. Cuando este ser se manifiesta, nada de la persona es distinto de su conexión con su fuente; como un pez en el agua, cada momento vivo es un testimonio de su absoluta dependencia de, y devoción a, su fuente de nutrición y vida.
Los maestros cabalistas nos cuentan que hay tzadikím (individuos justos) que viven todas sus vidas como peces del mar, totalmente sumergidos dentro de una conciencia perpetua de, y sometimiento a, la realidad Divina. Semejante individuo era Moshé, cuyo nombre expresa la naturaleza acuática de su alma ("Y ella llamó su nombre Moshé y dijo: 'Porque lo extraje (meshitihu) del agua'"). Así, la Torá atestigua que Moshé era el hombre más humilde sobre la faz de la tierra. Moshé era ciertamente consciente de su propia grandeza; ciertamente sabía que era el único ser humano elegido por Di-s para servir como el transmisor de Su sabiduría y voluntad al hombre. Con todo, Moshé no consideró sus cualidades como logros propios, pues había anulado y sumergido totalmente su ser personal dentro del mar de la realidad Divina. Su propia vida era apenas el plan Divino concretándose mediante un vehículo sin ego; sus enseñanzas, la Presencia Divina hablando desde su garganta.
Esto no significa que nuestro ser terrestre, nuestro sentido de identidad e individualidad, deba ser desarraigado o suprimido. Este no es, de por sí, una característica negativa; es sólo que, dejado a sus propios dispositivos, es propenso a desarrollar algunos atributos muy negativos. Si la persona no logra desarrollar un comportamiento y conciencia acuáticos, si pierde de vista la fuente y meta de vida, su ser seguramente se tornará egoísta, traduciéndose identidad en egocentrismo y tornándose la individualidad en desconexión y ausencia de raíces.
Sólo cuando nos hemos sumergido dentro del mar de la realidad Divina podemos explotar nuestro ego como la fuerza positiva que inherentemente es. Sólo entonces podemos alistar adecuadamente nuestro valor único como individuos a la tarea de concretar óptimamente nuestra misión en la vida.
Este es el ideal expresado en la bendición de Iaacov a sus nietos, Menashé y Efráim, "que se multipliquen como peces en medio de la tierra". El desafío definitivo para el hombre es no solamente ser un pez, sino serlo en medio de la tierra.
En ello radica el significado más profundo de la partición del Iam Suf siete días después de nuestro Exodo de Egipto. Al narrar el milagro, la Torá describe a los Hijos de Israel caminando sobre tierra seca dentro del mar. A continuación de nuestra redención de Egipto y su cultura pagana, tanto en el sentido espiritual como en el físico, fuimos facultados para caminar sobre tierra seca como seres únicos y distintos, y caminar al mismo tiempo dentro del mar, sumergirnos dentro del mar de la todo-abarcante, todo-saturante, verdad universal de verdades.
Nuestros Sabios nos cuentan que la partición del Mar no fue sino el primer paso de un proceso que abarca la totalidad de nuestra historia; que el cántico que Moshé e Israel entonaron luego de cruzar el Mar no es sino la primera estrofa de una canción que culmina en la era del Mashíaj, la meta final de la Creación. La partición del Mar fue el precedente que permite y encamina nuestra búsqueda centenaria de aquella síntesis perfecta de tierra y mar que se concretará totalmente en la Era Mesiánica, cuando "la tierra se colmará del conocimiento de Di-s tal como las aguas cubren el mar".