Una fase más en la profecía de convertir las espadas en arados. Casi simultáneamente, Estados Unidos y Corea del Norte anunciaron que habían llegado a un acuerdo: el primero otorgaría al segundo un paquete de 240 mil toneladas de ayuda alimentaria a cambio de la suspensión temporal de su programa nuclear y la supervisión de inspectores internacionales en la materia. Según el anuncio del Departamento de Estado de Estados Unidos, el régimen de Pyongyang detendrá el proceso de enriquecimiento de uranio y cancelará las pruebas con misiles de largo alcance, lo que en la práctica frena el posible desarrollo de una bomba atómica. Expertos de
la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), que no tenían acceso al país desde 2006, verificarán que se cumpla esta moratoria en la central nuclear de Yongbyon y otras instalaciones afines.El comunicado oficial de Corea del Norte, redactado prácticamente en los mismos términos, agregó que esta decisión tenía el propósito de “crear una atmósfera positiva” en las relaciones con Washington. El acuerdo se logró tras una serie de conversaciones entre representantes estadunidenses y norcoreanos en Pekín, auspiciada por el gobierno chino. Varias cancillerías occidentales manifestaron su beneplácito por la moratoria nuclear norcoreana, pero ante todo la prensa especuló sobre un posible “punto de inflexión” en la política beligerante y de aislamiento del dinástico régimen comunista de Pyongyang, a la luz de la muerte en diciembre pasado de Kim Yong Il y el ascenso al poder de su hijo menor, Kim Yong Un, un joven inexperto de 28 años que estudió en Suiza y mantuvo contacto, por lo menos temporal, con el mundo exterior. Nadie sabe a ciencia cierta quién manda en este momento en Corea del Norte. Aunque Yong Un ya fue ungido como “líder y comandante supremo” del país, las señales indican que el todopoderoso ejército norcoreano, que tiene un millón de soldados en activo y 4.7 millones en reserva, es en realidad el que detenta el poder.
Para complicar aún más la situación, el territorio norcoreano se vio sometido a una ola recurrente de catástrofes naturales. Ya a fines de los ochenta, una serie de lluvias torrenciales arrasó con buena parte de la infraestructura agrícola, que no logró recuperarse sin la previa ayuda foránea. La deforestación y posteriores inundaciones hicieron que a mediados de los noventa estallara la primera gran crisis alimentaria, que a falta de datos oficiales se calcula pudo haber matado entre 1.5 y dos millones de personas, aparte de la desnutrición crónica.
Sin llegar a estas dimensiones, el escenario se ha repetido cíclicamente: lluvias, vientos y heladas han acabado con los exiguos cultivos (sólo 18% del suelo norcoreano es cultivable) y Pyongyang ha tenido que voltear ineludiblemente hacia el exterior en busca de ayuda. En 2008, el Programa Mundial de Alimentos estimó que 40% de la población (8.7 millones de personas) requería de ayuda alimentaria urgente, y al día de hoy se calcula que más o menos el mismo número está pasando hambre, porque las cosechas no levantan. Paralelamente hubo cambios políticos. Tras la muerte del caudillo histórico Kim Il Sung en 1994 y el ascenso al poder de su hijo Kim Yong Il, trascendieron problemas de liderazgo. Estos, al parecer, fueron suplidos con acciones de fuerza. Más allá de la brutal represión interna, de la que han dado cuenta organismos de derechos humanos de todo tipo, Pyongyang emprendió una escalada nuclear y operativos militares dirigidos a la presión exterior. Pyongyang no se esforzó en negar que tenía un programa nuclear, al que calificó de “secreto”, y advirtió que lo utilizaría para defenderse. Además del escándalo, llovieron las sanciones a través de Naciones Unidas, pero mientras la comunidad internacional más apretaba, el régimen de Kim Yong Il más desafiante se mostraba. Y es que, aunque el material atómico de Corea del Norte no es de lo más avanzado, sí tiene el poderío suficiente como para disuadir y condicionar; éste es el juego que lleva jugándose desde hace poco más de diez años. Ya muy enfermo Kim Yong Il y con la sucesión en marcha de su hijo Kim Yong Un, los ataques inusualmente virulentos contra Corea del Sur de noviembre de 2010 fueron interpretados como que el heredero requería de una “presentación fuerte” para anticipar que no habría una crisis de liderazgo ni un debilitamiento del régimen con la muerte del padre. El discurso oficial así lo ratificó. Pero ahora, consumada la transición, el escenario ha vuelto a cambiar. Con la pérdida de entre 50% y 80% de la cosecha de granos por las heladas de principios de 2011; la subida de precios de los alimentos a nivel mundial, que dificulta las importaciones a un país empobrecido, y las sanciones económicas internacionales vigentes, ha llegado el momento de volver a sentarse a la mesa. La expectativa es que luego del acuerdo de ayuda alimentaria con Estados Unidos se retomen las pláticas con los otros cuatro miembros del grupo negociador, que incluirían otros acuerdos de cooperación económica y posibles avances en la pacificación de la península.Colabora con la web y dona a través de PayPal