el Rebe le dio su aprobación para que iniciara el largo y difícil viaje. Antes de partir, el Baal Shem Tov le dijo: "Si alguien en tu travesía a Tierra Santa te hace una pregunta, piensa cuidadosamente antes de responder". Wolf Kitzes empacó su talit y sus tefilín, así como toda otra cosa que creía que pudiera llegar a precisar para el largo viaje. En poco tiempo, abordó el primer barco que partía rumbo a la querida Tierra Santa, Eretz Israel. El viaje por mar a Eretz Israel, en aquellos días, duraba varias semanas. Cada vez que llegaba a una isla, el barco amarraba en el puerto para abastecerse de alimentos y demás suministros necesarios. Cierto día el barco echó anclas en una de esas islas. Todos los pasajeros desembarcaron, también Wolf Kitzes. Cuando llegó el horario de Minja, Wolf encontró un lugar tranquilo y comenzó a rezar. Tanto se sumió en sus pensamientos y plegarias, que no oyó que la sirena del barco llamaba a los pasajeros para que regresaran, de modo que se pudiera continuar viaje. Cuando Wolf alzó por fin la vista, se dio cuanta muy pronto qué era lo que había sucedido. El barco desaparecía a la distancia, y él había quedado atrás... También los isleños, que habían venido a recibir al barco, desaparecieron, y de pronto Wolf se encontró muy solo en esta remota isla. "No te aflijas", se dijo a sí mismo. "Ten fe en el Todopoderoso. El no te abandonará y todo terminará bien". Wolf siempre había cuidado su costumbre de no ir a ninguna parte sin tener su talit y sus tefilín consigo. Esta buena costumbre lo había favorecido esta vez, pues tenía su talit y sus tefilín en una bolsa que colgaba de sus hombros. Sentía que éste era un buen presagio. Sintiéndose alentado, comenzó a caminar buscando a alguien, a algún judío, en esta isla desconocida. Pero no había señal alguna de seres humanos. El sol comenzaba a ponerse, pronto sería de noche, y aquí estaba él, solo en esta isla extraña. De repente, mientras se aproximaba a un bosque, vio una tenue columna de humo alzándose al cielo. Eso le dio las esperanzas de que no muy lejos hallaría una casa. No parecía haber camino o sendero a seguir, pero Wolf se abrió paso entre los árboles hasta llegar a una pequeña cabaña. Golpeó de inmediato a su puerta y se sintió dichoso y aliviado al ver que ésta era abierta por un anciano judío de aspecto digno y refinado que lo saludaba con un cálido Shalom Aleijem. Wolf suspiró. Gracias a Di-s estaba ahora fuera de peligro. Contó al judío lo que le había sucedido y su anfitrión le aseguró que no había razones para temer. La isla no estaba desierta. Había gente que vivía en ella, aunque no mucha. En verdad, él era el único residente judío y de hecho no se quedaría allí por mucho tiempo. "Los barcos pasan por aquí regularmente", dijo. "La isla pertenece a Turquía, y un oficial turco y sus soldados se ocupan de que se mantenga libre de ladrones y piratas. No te preocupes, Wolf', continuó, "pronto pasará por aquí un barco en ruta a Eretz Israel y podrás continuar tu viaje. Mientras tanto, el Shabat se aproxima y eres más que bienvenido como mi huésped". Wolf se sentía dichoso con esta inesperada buena suerte. Se preguntaba por qué su anfitrión, que obviamente era un judío estudioso y temeroso de Di-s, vivía aquí sin familia y, además, conocía su nombre. Pero no se atrevió a hacerle preguntas. El Shabat pasó muy placenteramente. Wolf había recibido toda a tensión y hospitalidad imaginable. Tanto él como su anfitrión habían pasado el día en plegaria y estudio de la Torá y sostenido una vívida discusión de Torá en cada una de las tres comidas sabáticas. Al día siguiente, en efecto, un buque entró al puerto y Wolf agradeció a su generoso anfitrión su inmensa bondad. Justo antes de partir, el anfitrión dijo a Wolf: "Tú has viajado a través de Rusia y Polonia. ¿Cómo viven allí los judíos en el Galut (Exilio)?" "Baruj HaShem, gracias a Di-s, el Todopoderoso se ocupa de ellos". Wolf ya había abordado el barco cuando de pronto recordó, lo que el Baal Shem Tov le había dicho que pensara cuidadosamente antes de responder cualquier pregunta que alguien le formulara en su camino a Eretz Israel. Estaba terriblemente apenado al pensar que había olvidado el consejo de su Rebe y había contestado a su anfitrión sin la debida reflexión. De modo que decidió que en el puerto siguiente desembarcaría y esperaría al próximo barco que lo llevara de regreso junto al Baal Shem Tov.
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