extenso viaje por el reino para encontrar a su hijo perdido. Tenía dudas de hallarlo y pensó un plan. Envió emisarios a todo el reino, para quien tuviere un reclamo o queja sobre otra persona la expusiera ante el rey. A cada ciudad que llegaba el rey se acercaban los habitantes y traían sus quejas y el rey emitía juicio. Entre los demandantes se encontraba también el joven príncipe que quería demandar a su nuevo amo por su dolor. Cayó el príncipe a los pies del rey y llorando pidió que lo salve de seguir sufriendo la tortura de su nuevo amo. Reconoció el rey que este joven era su querido hijo, lo abrazó, besó y le dijo: “Hijo querido, como pudiste olvidar que eres el hijo del rey, a ti corresponde todo el reino! ¡Cuándo estabas en mi palacio, todos los sirvientes y ministros de inclinaban ante ti, y ahora como te has degradado, todo tu deseo es liberarte del yugo de un aldeano! Así es el pueblo de Israel, olvidamos nuestro origen, somos los hijos del Rey. Cuando las naciones nos oprimen, clamamos a Di-s para que alivie la situación, en lugar de pedir y rezar que nos libere con la Gueulá verdadera y completa y nos devuelva al palacio con la construcción del Beit HaMikdash.
(Rabí Iaakov Krantz - El Maguid de Dubno)
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