En el empeño de hacer de nuestro mundo una morada para Di-s hay dos pasos básicos. El primer paso involucra dar una "primera mano" al recurso material para convertirlo en un "recipiente para la Divinidad"; dar forma de tefilín al cuero, donar el dinero para caridad, programar tiempos para el estudio de la Torá. El segundo paso es el empleo concreto de estos "recipientes" (o vehículos) para servir a la voluntad Divina: ceñir prácticamente los tefilín sobre el brazo y la cabeza, utilizar el dinero donado para alimentar realmente al hambriento, estudiar Torá, etc. A primera vista, parecería que el segundo paso es el más importante, en tanto que el primero es apenas un posibilitador del segundo, nada más que un medio para un fin. Pero el relato de la Torá del primer hogar para Di-s construido en nuestro mundo pone el énfasis mayor más bien en
la construcción del "hogar" que en su empleo concreto como una morada Divina. Una considerable porción del libro de Exodo es dedicada a la construcción del Santuario erigido por los Hijos de Israel en el desierto. La Torá, que es comúnmente tan parca en palabras que muchas de sus leyes están contenidas en una única letra o palabra, es extraordinariamente detallista en este caso. Los quince materiales empleados en la construcción del Santuario son enumerados nada menos que tres veces; los componentes y el mobiliario del Santuario es enumerado ocho veces; y cada mínimo detalle de la construcción del Santuario, hasta las dimensiones de cada panel de pared y pilar y los colores de cada tapiz, son deletreados no una, sino dos veces: en el relato de las instrucciones de Di-s a Moshé y nuevamente en el relato de la construcción del Santuario. En suma, trece capítulos son dedicados a describir cómo determinados materiales físicos fueron modelados para convertirse en un edificio dedicado al servicio de Di-s y el entrenamiento de los kohaním (sacerdotes) que habrían de oficiar allí. (En contraste, la Torá dedica un único capítulo a su narración de la creación del universo, tres a su descripción de la revelación en el Monte Sinaí, y once a la historia del Exodo). El Santuario es el modelo y prototipo de todos los subsiguientes hogares para Di-s construidos sobre la tierra física. Por lo que el abrumador énfasis en su etapa de "construcción" (a diferencia de la etapa de "implementación") implica que también en nuestras vidas hay algo muy especial en la tarea de forjar nuestros recursos personales en cosas que tiene el potencial de servir a Di-s. Hacer de nosotros mismos "vehículos" y recipientes para la Divinidad es, en un cierto sentido, una hazaña mayor que introducir concretamente Divinidad en nuestras vidas. Pues es ahí donde radica el verdadero punto de transformación, la transformación de un objeto orientado a sí mismo, a su propio ser, en una cosa comprometida a algo mayor que sí mismo. Si Di-s hubiera meramente deseado un ambiente hospitalario, no habría precisado molestarse con un mundo material; un mundo espiritual podría, con igual facilidad, haber sido alistado para servirlo. Lo qué Di-s deseó fue la transformación misma: el desafío y el logro de un Yo trascendido y un materialismo redefinido. Esta transformación y redefinición tiene lugar en la primera etapa, cuando algo material es forjado en un instrumento de lo Divino. La segunda etapa es sólo cuestión de cristalizar un potencial ya establecido, de aplicar una cosa a su uso ahora natural. Te encuentras con una persona que aún tiene que invitar a Di-s a su vida. Una persona a cuyos empeños y logros -por más exitosos y loables que fueran- aún les falta trascender el Yo y las metas orientadas a sí mismo. Tú deseas expandir sus horizontes, mostrarle una vida más allá de los confines de su ser personal. Deseas ponerle tefilín, o compartir con él la Divina sabiduría de la Torá. Pero él aún no está listo. Tú sabes que el concepto de servir a Di-s todavía resulta ajeno a una vida entrenada y condicionada para observarlo todo a través de la lente del Yo. Sabes que antes de poder introducirlo al mundo de la Torá y las mitzvot, debes primero hacerlo receptivo a la Divinidad, receptivo a una vida de intimidad con lo Divino. De modo que cuando te encuentras con él en la calle, simplemente sonríes y dices: "¡Buenos días!" Lo invitas a tu hogar para una taza de café o una cena de Shabat. Entablas una pequeña charla. En este punto, no sugieres cambio alguno en su estilo de vida. Simplemente quieres que llegue a abrirse a ti y a lo que tú representas. Ostensiblemente, no has "hecho" nada. Pero, en esencia, ha tenido lugar una transformación muy profunda y radical. La persona se ha convertido en un recipiente para la Divinidad. Por supuesto, el propósito de un recipiente es que sea llenado con contenido; el propósito de un hogar es que esté habitado. El Santuario fue construido para alojar la presencia de Di-s. Pero es la elaboración del recipiente para la Divinidad lo que constituye el mayor desafío de la vida y su logro más revolucionario.
Colabora con la web y dona a través de PayPal al usuario vienemashiaj@gmail.com