se concentra ahora en la tarea de absorber y retener el todavía nebuloso concepto que revolotea en la periferia de su mente. El discípulo se siente devastado. ¿Por qué se ha apartado de él su amado maestro? ¿Por qué lo ha callado tan abruptamente? Las cosas pasan de mal a peor. Primero, fue apartado; ahora, está siendo totalmente ignorado. Al principio su maestro cerró sus ojos; ahora le ha dado la espalda por entero. El maestro percibe la angustia de su alumno. Si éste le importara menos, lo hubiera tranquilizado con una palabra o dos. Pero sabe que la más leve desviación, en este momento crítico, menoscabaría sus esfuerzos por capturar totalmente su nueva concebida idea antes de que el destello de iluminación retroceda. El es reacio a abandonar siquiera un único matiz del concepto que tanto enriquecerá a su discípulo. Por lo que pese a la manera en que es recibido por el alumno, el acto de "rechazo" del maestro es, en verdad, un acto de amor, un acto que no solamente está totalmente a tono con la naturaleza de la relación entre ellos, sino que sirve para profundizarla y mejorarla. Superficialmente, están separados uno del otro; en esencia, jamás han estado más cerca. Esta metáfora también explica por qué el galut aumenta en severidad a medida que nos aproximamos más a nuestra reconciliación con Dios. Si la función del galut fuera únicamente la de servir como castigo por los pecados, su intensidad debería disminuir a medida que transcurre el tiempo y expiamos nuestras transgresiones. Históricamente, lo cierto es todo lo contrario: cuanto más cerca nos encontramos de la Redención, tanto más denso se pone el ocultamiento del galut. Un ejemplo es nuestro primer galut, nuestros 210 años de esclavitud en Egipto. Durante su primera generación en Egipto, nuestros antepasados florecieron; durante el siguiente siglo su situación se deterioró; pero la llana esclavitud y cruel tortura asociada a este galut sobrevino en sus 86 años finales y el período más difícil fue el año final del exilio egipcio, después de que Moshé ya había profetizado su culminación. Lo mismo es cierto de nuestro exilio actual: el estado espiritual de nuestras vidas, el factor más básico del galut, ha conocido una declinación constante desde el día de la destrucción del Templo hace aproximadamente 2.000 años. En sus generaciones más tempranas, una era poblada por los grandes sabios del Talmud, nuestra relación con el Omnipotente, aunque oscurecida por el ocultamiento del galut, era todavía una realidad hondamente sentida en las vidas de mucha gente. A medida que las generaciones avanzan, encontramos un creciente aumento en cuanto a la tosquedad y materialismo de la vida, conduciendo a la casi total extinción de espiritualidad y sensibilidad a lo Divino que caracteriza nuestra existencia de hoy en día. Esto, pese al hecho de que cada generación sucesiva nos ha llevado mucho más cerca de la Redención Final. Pero este modelo refleja el proceso del metafórico maestro "abandonando" a su discípulo: cuanto más profundo se sumerge en el concepto, tanto más debe retirarse hacia dentro de sí mismo, distanciándose aún más del angustiado alumno; sin embargo, cada retirada subsiguiente representa una mayor consideración por su discípulo y un mayor compromiso con su rol de maestro.
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