Enseñan nuestros sabios que los exilios del pueblo judío, incluso el último llamado exilio de Edom, reflejan diferentes aspectos del de Egipto. En Cabalá, Egipto corresponde al útero materno pero del lado de la impureza; así el éxodo de Egipto es el nacimiento del pueblo de Israel de este vientre impuro.El exilio y los agentes patógenos provocan una disfunción de la sangre que lleva al debilitamiento del sistema inmunológico. La Torá nos cuenta que el ángel de Esav (padre de Edom) dio origen a este último exilio cuando lastimó a Iaakov en su muslo izquierdo (Génesis 32:26). Este es el miembro más vulnerable del cuerpo y está relacionado a la sefirá de hod – “reconocimiento”, la encargada de la defensa personal dentro de nuestro "territorio" espiritual. Hod tiene su equivalente en el sistema inmunológico, que identifica al invasor para defendernos cualquier amenaza extraña.Es sabido que el nefesh o “espíritu de vida” de todo ser está en la sangre y allí se encuentra principalmente y a través de ella cumple su función este sistema. Vemos así que hod es el poder de identificar el bien y el mal, diferenciar la luz de la oscuridad, lo dulce de lo amargo y así protegernos del mal, la oscuridad y la amargura, apegándonos al bien, a la luz, y a la dulzura. La persona que puede diferenciar e identificar las cosas correctamente puede comunicarse de forma sana y correcta con su entorno, ya que tiene claro cual es su identidad y la de los demás. Cuando el ángel de Esav lastimó el muslo de Iaakov, en realidad dañó su capacidad de defensa personal -el poder de identificar- haciéndolo dudar de su identidad. Por eso recibió una nueva identidad, el nombre Israel, (Bereshit 32:29) como remedio para el daño sufrido. El exilio de Edom nos daña en forma similar: se introduce en nuestra “sangre”, dañando nuestro sistema inmunológico espiritual, haciéndonos dudar de nuestra identidad al debilitar nuestra capacidad de identificar y reconocer quiénes somos y para qué fuimos creados. La sangre está asociada en la Cabalá a la sefirá de biná, el principio madre (“la madre da el rojo [la sangre] a su hijo”), allí están los anticuerpos que nos protegen de las sustancias extrañas. Así la madre transfiere su identidad judía a los hijos; le da el matiz y la identidad a su educación y se enfrenta firme y sin titubeos con la fuerza de su fe clara y su amor y temor a Hashem. La mujer puede y debe resistirse y redimir a la humanidad del exilio de Edom que ataca en la zona más vulnerable: la defensa personal, la identidad. Por eso seremos redimidos gracias a la mujer justa, que curará al mundo de la “enfermedad sanguínea auto-inmune del exilio. (HaRab Itzjak Ginsburg-www.dimensiones.org)
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