maná caía de los cielos como alimento, ellos bebían de un pozo que viajaba con ellos y las nubes de gloria aplanaban colinas, mataban escorpiones, sanaban llagas y hasta cosían, lavaban y planchaban las ropas mientras ellos las usaban. Ellos querían vivir en paz de forma que se pudiesen concentrar en asuntos espirituales; obtener sabiduría y acercarse a Di-s. En cierto sentido, los espías tenían un buen argumento. Es mejor separarnos del mundo y vivir en una torre de marfil. El único problema es que eso no es lo que Di-s quiere de nosotros, no es la verdad. De hecho, huele a egocentrismo descarado.
Ser judío no es ser parte de una religión de meditación en las cumbres de las montañas, porque nuestra labor no es negar ni evitar la realidad terrenal, sino luchar con ella de forma que la tierra también se convierta en un sitio santo. No porque obtengamos algo de ello, sino porque es la verdad para la cual fuimos creados, hacer de este mundo una morada para Di-s, que será vislumbrado con la inminente llegada del Mashíaj.