Moshé, por otra parte, se embarcaba en la misión que habría de culminar en el recibimiento de la Torá, el medio con el que Di-s facultó al hombre para disolver la dicotomía entre los dominios "superiores" e "inferiores". La Torá nos instruye y permite santificar incluso los aspectos más mundanos de nuestras vidas, integrar nuestro ser y ambiente materiales a nuestras metas espirituales. De modo que Moshé usó "el burro" para llevar a su esposa e hijos. La esposa y los hijos de uno son una extensión del propio ser; en las palabras de nuestros Sabios, "la esposa del hombre es como su propio cuerpo" y "un hijo es una extremidad de su padre". Comenzando con Moshé, lo material comenzó a jugar un rol íntimo y central en el trabajo de nuestra vida. Pero Moshé sólo marca el comienzo del efecto de la Torá sobre el mundo físico. Desde entonces, cada vez que la persona emplea un recurso material para realizar una mitzvá, por ejemplo, dinero para dar a caridad, o usar la energía que el cuerpo extrae de su alimento para abastecer su fervor en la plegaria, refina estos objetos físicos, despojándolos de su mundanalidad y egoísmo. Con cada acto tal, el mundo físico se vuelve mucho más santo, mucho más en armonía con su esencia y función. Cada uno de esos actos acerca el día en el que nuestro mundo se despojará final y completamente del hollejo de aspereza que es la fuente de toda ignorancia y dificultad, trayendo un nuevo amanecer de perfección y paz universal.
De modo que Mashíaj, quien representa la máxima plenitud de la Torá, él mismo cabalga el burro de lo material. Pues él anuncia un mundo en el que lo material ya no es más el elemento "inferior" o secundario, sino un recurso absolutamente refinado, una fuerza en nada menos central e importante para el bien que la creación más espiritual.
Colabora con la web y dona a través de PayPal